Cuando los que viajaban por el desierto ven un pequeño oasis en medio de interminables colinas de arena, lo perciben como un gran misterio. Los vientos del desierto llevan grandes cantidades de arena y cambian constantemente el panorama. El ardiente sol se esfuerza sin cesar por hacer del desierto un lugar más seco y estéril. Sin embargo, a pesar de las violentas tormentas del desierto, o el ardiente calor de sol, el oasis se mantiene siempre igual, proveyendo reposo y frescas aguas para todos los peregrinos.
En Estados Unidos, para ir desde Los Ángeles a Las Vegas por tierra, uno tiene que viajar más de diez horas en auto por el desierto. Cada cierta distancia, uno encuentra un oasis en medio del desierto. Dicen que las aguas provienen de la nieve derretida de las Montañas Rocosas, que fluyen por debajo de la tierra, y llegan a formar esos oasis. Si bien el oasis se encuentra rodeado de tormentas arenosas, y bajo el ardiente sol, constituye un refugio seguro. Mientras fluya el agua de las Montañas Rocosas, el oasis podrá conservar su frescura.
Aunque el mundo sea como un desierto cruel, seco devastador, aquél que bebe de la fuente de agua viva que nadie puede ver, no tendrá sed jamás, y de él fluirán ríos de agua viva. Tengo la plena convicción de que si echamos raíces bien profundas en las orillas de ríos de agua viva de Dios, quien nos provee de oasis en el desierto, en la cárcel, en la oscuridad y aún delante de nuestros enemigos, entonces Dios suplirá en medio de su gloria todo lo que necesitamos en forma sobreabundante.
El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.
Juan 7:38
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