Kemmons Wilson siempre ha sido una persona de iniciativa. Empezó a trabajar cuando tenía siete años de edad y no ha parado desde entonces.
Comenzó vendiendo revistas, periódicos y rositas de maiz. En 1930 a la edad madura de diecisiete años, decidió probar por primera vez con un empleo a sueldo, y se fue a trabajar para un comerciante en algodón. Ganaba doce dólares a la semana escribiendo números en la pizarra de precios.
Cuando se presentó una vacante de tenedor de libros por treinta y cinco dolares a la semana, Wilson optó y la obtuvo. Pero cuando recibió su salario vio que no eran más que doce dólares. Pidió un aumento y lo obtuvo. A la semana siguiente recibió tres dólares adicionales. Cuando preguntó por qué no ganaba treinta y cinco dólares como los otros tenedores, se le dijo que la compañía no podía pagar esa cantidad de dinero a un niño de diecisiete años. Wilson no lo olvidó. Esa fue la última vez en más de setenta y cinco años que trabajó por un sueldo.
Después de eso, se ganó la vida en una variedad de trabajos: máquinas de juegos electrónicos, distribución de refrescos, y máquinas automáticas. Pudo ahorrar suficiente dinero para hacerle a su madre una casa. Fue entonces cuando se dio cuenta que la construcción de casas tenía un enorme potencial. Entró en el negocio en Memphis e hizo una fortuna, especialmente después de la guerra, cuando el auge de la construcción alcanzó niveles excepcionales.
La iniciativa de Wilson le hizo ganar mucho dinero, pero esto no hizo impacto en el mundo sino hasta 1951. Ese fue el año en que llevó a su familia de vacaciones a Washington, D.C. En ese viaje se dio cuenta del estado lamentable del hospedaje en los hoteles en los Estados Unidos. A partir de 1920, los moteles se habían multiplicado por todo el país. Algunos eran agradables lugares para familias. Otros alquilaban sus camas por horas. El problema era que el viajero no sabía distinguir entre unos y otros.
«Nunca se podía saber con que te encontrarías», recordaba Wilson más tarde. «Algunos de esos lugares eran demasiado sucios, y todos cobraban por los niños. Eso hizo hervir mi sangre escocesa». Para alguien como Wilson, que tenía cinco hijos, ese sí que era un problema. Los moteles cobraban de cuatro a seis dólares por noche por habitación, más dos dólares por cada niño, lo que triplicaba su pago.
La mayoría de la gente se hubiera quejado y después se hubiera olvidado. Pero Wilson no. El hombre de las iniciativas, decidió hacer algo. «Vamos a casa y comencemos una cadena de hoteles de familia», le dijo a su esposa, «hoteles con un nombre en que se pueda confiar». Su objetivo era construir cuatrocientos hoteles. Su esposa se reía.
Cuando regresaron a Menphis, contrató a un diseñador para que le ayudara a desarrollar la idea de su primer hotel. Quería que este fuera limpio, sencillo y fácilmente identificable como lo que realmente era. Y que tuviera todas las cosas que su familia y él habían necesitado, tales como un televisor en cada cuarto y una piscina. Al año siguiente inauguró su primer hotel en los suburbios de Memphis. Su nombre destellaba en un letrero de más de dieciséis metros. Lo llamó Holliday Inn.
Construir los cuatrocientos hoteles le tomó más de lo que esperaba. Para 1959, tenía cien, pero cuando decidió aplicar el sistema de franquicias, el número se elevó rápidamente, hasta el punto que ya en 1964 había quinientos. En 1968 había mil, y para 1972 cada setenta y dos horas se abría un Holiday Inn en algún lugar del mundo. Cuando en 1979 Wilson se retiró del frente de la compañía después de sufrir un ataque al corazón, la cadena seguía creciendo.
«Cuando era joven estaba tan hambriento» dijo Wilson, «que no me quedó más remedio que hacer algo para ganarme la vida. Cuando me retiré después de mi ataque al corazón, me fui a casa a oler el aroma de las rosas. Eso duró como un mes». Es demasiado duro para una persona emprendedora dejar de hacer que sucedan cosas.
¿Qué cualidades poseen las personas que les permiten actuar?, podemos ver: saben lo que quieren, se fuerzan a actuar, se arriesgan más, se equivocan más.
En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor;
gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración;
compartiendo para las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad.
Romanos 12: 11-13
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