Dios decidió revelársenos en un cuerpo humano.
La lengua que llamó de la tumba a un muerto fue una lengua humana. La mano que tocó al leproso tenía tierra en las uñas. Los pies sobre los que la mujer lloró eran pies callosos y llenos de polvo. Y sus lágrimas…ah, no olvides sus lágrimas… brotaron de un corazón tan quebrantado como el tuyo o el mío jamás lo han estado.
La gente lo buscaba. ¡Cielos, cómo acudían a Él! Iban de noche; lo tocaban cuando caminaba por las calles; lo seguían por el mar; lo invitaban a sus casas y colocaban a sus hijos a sus pies. ¿Por qué? Porque no quería ser una estatua en una catedral ni un sacerdote en un púlpito elevado. Prefirió ser un Jesús que se pudiera tocar, un Jesús accesible a quien se pudieran acercar.
Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual,
siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse,
sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres.
Filipenses 2:5-6
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