Tú y yo estamos en una gran escalada. El muro es alto, y los riesgos son mayores. Diste el primer paso el día en que confesaste a Cristo como el Hijo de Dios. Él te entregó su arreo: el Espíritu Santo. En tus manos puso una cuerda: su Palabra.
Tus primeros pasos fueron confiados y seguros, pero con la jornada vino el cansancio y con la altura vino el temor. Diste un traspié. Perdiste el enfoque. Perdiste el agarre y caíste. Por un momento, que pareció eterno, tambaleaste violentamente. Fuera de control. Fuera de dominio propio. Desorientado. Dislocado. De caída.
Pero entonces la cuerda se tensó y cesó el tambaleo. Colgaste del arreo y te diste cuenta que era fuerte. Agarraste la cuerda y hallaste que en verdad era firme. Y aunque no ves a tu guía, lo conoces. Sabes que es fuerte. Sabes que impedirá que caigas.
Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén.
Judas 24
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