En tiempos de Jesús el lavamiento de pies era una tarea reservada no sencillamente para los sirvientes, sino para los más bajos de la servidumbre. En cada círculo siempre hay rivalidades. Y la servidumbre doméstica no era una excepción. Al sirviente en el último escalón de la jerarquía le correspondía arrodillarse con la toalla y la palangana.
En este caso el de la toalla y la palangana es el rey del universo. Las manos que formaron las estrellas se ponen a limpiar suciedad. Los dedos que formaron las montañas frotan pies. Y aquel ante el cual todas las naciones un día doblarán sus rodillas se arrodilla ante sus discípulos. Horas antes de su muerte, Jesús tiene una inquietud en particular. Desea que sus discípulos sepan cuánto Él los ama. Más que limpiar el polvo, Jesús está erradicando las dudas.
Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa?
Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve.
Lucas 22:27
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