Como el hedonista nunca ha visto la mano que hizo el universo, da por sentado que no hay vida más allá de aquí y ahora. Cree que no hay verdad más allá de esta habitación, ni propósito más allá de su propio placer. No hay factor divino. No se preocupa por lo eterno.
El hedonista dice. «¿Qué importa? Puede que yo sea malo, ¿y qué? Lo que hago es asunto mío». Está más interesado en satisfacer sus pasiones que en conocer al Padre. Su vida está tan desesperada por tener placeres que no tiene tiempo ni lugar para Dios.
¿Hace bien? ¿Esta bien consumir nuestros días haciendo muecas a Dios y dándonos la gran vida?
Pablo dice: «¡Claro que no!»
Según Romanos 1, perdemos más que vitrales cuando desechamos a Dios. Perdemos nuestra norma, nuestro propósito y nuestra adoración.
Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias,
sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido.
Romanos 1:21
0 comentarios:
Publicar un comentario